La hierba es alta, la maleza abunda. Las hormigas son rojas y negras. Cargan al mundo. Las nubes son cúmulos. Los cedros florecen, las ceibas tienen espinas de la mitad del tronco para arriba. El calor no es seco. Las montañas son pardas, las carreteras las cortan. La única emisora que suena en la radio sigue siendo Radio Uno. La sensación es de infinitud, de suspensión en un calor sin final, de viento que arrastra y lo único que existe son esos bosques pardos entre quebradas y colinas.
La cabeza de Diego se mece con el viento, sus manos reposan en la tierra. Es un poco más él que de costumbre. Lleva el pelo castaño más corto de lo acostumbrado, está delgado y si hablara su voz no tendría afectación. Su padre se ha ido. Está solo en el prado. Un machete reposa a su lado, cálido y refulgente como todo en ese mediodía. Diego no piensa en nada en especial. A ratos suenan en su cabeza palabras como mamá, papá, ella. Pero no tienen importancia, no más que los cúmulos en el cielo, que pasan de islas a dragones y de dragones a sirenas y de sirenas a…
Un ruido ha roto la calma. Los ladridos de un perro. Diego lo busca con la mirada. Ni siquiera se lo imagina como un perro. Lo ve como una figura más del paisaje, un cedro parlante, una nube que cobró vida. El perro se hace más tangible. Es un chucho de raza criolla, amarillento, con rayas de tigre en el lomo. Primero es pequeño en la distancia. Pero corre, se acerca. Diego siente que es como una caricatura. El perro es un tren que suelta humo blanco y él está atado a los rieles invisibles con maleza. Correrá sobre él.
No es humo blanco, es espuma. El perro no rueda, corre. Y su locomotora tiene colmillos brillantes. Diego se asusta, se para de un salto, coge el machete. No se fija en lo que hace. Danza con el aire pesado. Piensa todavía en las nubes. Algo choca con el machete. Escucha chillidos, como los frenazos del tren. El calor aumenta. Siente un dolor húmedo, la danza se hace más intensa. Y para. Se hace el silencio, el tren se ha descarrilado.
Diego está sentado en la hierba verde y parda, manchada de rojo, adornada con vísceras de perro rabioso. El machete reposa a su lado, opaco y pesado. Diego no piensa en nada en especial. Algunas veces siente un poco de miedo, imágenes del perro-tren revolotean en su memoria. Pero lo que acapara su atención son las nubes, blancas, suaves, algodonosas. Diego siente ganas de dormir.
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