miércoles, septiembre 29, 2010

Nunca sé qué título ponerle a estas cosas.

Oíme, vos,
con un rostro difuso y una voz débil;
con tu presencia tenue y tus palabras etéreas.
Oíme, vos,
que conocés mi nombre y aún no conozco el tuyo.
Oíme, vos,
Que sos un presagio en mis sueños.
Que abrís puertas imaginarias en muros de hierro.
Que tenés silencios a los que no le tengo respuesta.
Que tenés sonrisas que derrotan mis fortalezas.
Oíme, vos,
te doy dos opciones:
decime tu nombre, contame tu vida,
revelame tu alma con trivialidades anecdóticas;
o dejame olvidarte, dejame matarte,
dejame convertirte en hilos de memoria.
Oíme, vos, a mí,
que te sabés los relieves de mi rostro,
las cadencias de mi nombre.
Oíme, vos, a mí,
que conocés el timbre de mi voz,
el gesto retorcido de la comisura de mis labios.
Oíme, vos, a mí,
que negás mis palabras pero has de oírlas.
Oíme, vos, a mí,
estos poemas malos,
estos versos invisibles.
Oíme, vos, a mí,
que me negás sin saber que ya te he afirmado.
Oíme, vos, a mí,
oíme sólo una cosa.
Sin siquiera desearlo o esperarlo,
algún día
he de buscarte...
he de hallarte.

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