Acerca de una surrealista conversación encauzada por el aburrimiento extremo y las curiosas consecuencias que esta trajo.
Mierda, ¿Por qué la clase de química dura tanto?
Las 5: 35. Me muero, falta mucho. Muero, el suplicio se alarga...
Que ya no me lleguen más mensajes. Que ya no me quieren.
Señora, déjenos en paz. Venticinco minutos de paz.
-Hable, Señorita, responda.
-Que yo no tengo respuestas, tengo más preguntas.
-Responda, Señorita, hable.
-Que, Señora, la cantidad de pirita de hierro producida en la reacción es directamente proporcional a lo mucho que le disguste que le recuerden que usa joyas de oro falso.
-Es correcto, es correcto. 0.5 añadido por eso. Punto cincos, punto sietes! ¿Quién pide más?
-Pero,¿Por qué?
-Por que así son las cosas hasta las seis en punto. El régimen es inmutable.
-¿Cuánto falta para las seis y largarnos de aquí? Señora, cuánto me encanta perder el tiempo.
-Qué raro habla. ¿Con quienes se junta?
-Oh, Señora, nuestra vida diaria parece un tributo continuo al arte dada.
-¿Dónde?¿ Qué? ¿Quienes?
-Nadie, haciendo de todo, frente a sus narices.
-Lamentable. La juventud de hoy me hace recordar aquellos tiempos decentes cuando...
-Señora, faltan cinco, para su vida no tengo tiempo. Me quiero ir, las sales me dan cólico.
-¿Está usted en una de esas subculturas modernas?
-De submarinistas renegados.
-¿Emos?
-¿Que qué?
El timbre.
-Señorita emo, tengo clase ahora. Como somnífero andante, debo cumplir mi deber y partir.
-Pero si yo no soy...
Son las seis y dos minutos. Que no me lleguen más mensajes, que no me quieren. Que soy emo. Que no entiendo.
Ya me largo.
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