lunes, marzo 23, 2009

Tercera persona


Se sienta a ver las hormigas caminando por la madera sucia, tocando sus pequeñas antenitas entre sí, como un conversación de insectos rubios insignificantes. Pone un trozo de galleta saltina en el escritorio, para que coman. Le simpatizan las hormigas, tan rubias e insignificantes como ella. Afuera hace frío y cae una tempestad que alza ese olor peculiar a cemento recalentado recién mojado. Suena el timbre y ella sabe que es el tipo de la pizza. Pone más fuerte la televisión y la canción de punk setentero y grita "¡Ya llegó la pizza!", aunque no hay nadie en casa. Abre la puerta y recibe al repartidor empapado con una sonrisa, apenas entreabriendo la puerta. Él sabe del engaño, del engaño que ella repite cada semana a esa hora para mentirle a la soledad. Sin embargo se siente feliz de participar en él, como una trampa a la tristeza del mundo. Ella paga, le da su propina y grita "¡Ya voy!" a sus comensales invisibles, para luego sentarse en el comedor observando la extragrande comida. No se la va a comer toda. Coge una porción y la mordisquea, riéndose duro por si el tipo de la pizza no ha acabado de bajar.
Cuando escucha la moto alejarse deja la porción al lado con hastío, aburrida. Ya no le apetece nada, ni siquiera
pizza napolitana. Sabe que come sólo porque hay que comer para no morirse. Y eso que ya ni sabe si le importa el último punto.
"Otra
pizza para botar- Piensa- La última que pido"
Y sabe que igual va a pedir otra la próxima semana.
Que, mentiras más, mentiras menos, nadie confía en ella y ella ya no tiene ganas de confiar en nadie. Que el mundo no va a ser distinto mañana.

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