viernes, junio 27, 2008

Antifábula fría (I)

And they say that a hero could save us.
I'm not gonna stand here and wait.
I'll hold on to the wings of the eagles
Watch as we all fly away.

Siempre he querido ser el héroe. Nunca el monstruo. Un día yo los salvaría a todos, acabaría con la maldad que caía como un murciélago sobre la tierra. Un día, descubriría algo que me haría más poderoso que todos los demás.
Pero me temo... me temo que hace tiempo que soy un maldito monstruo.
Yo... leía novelas. Siempre leía novelas y yo era Aragorn, era Tom Sawyer, era la reencarnación de Apolo y mucho más. Sabía que yo era tanto, que algún día alguien tocaría esa enorme puerta metálica para decirme que yo era el Elegido. ¿Por qué nadie podía creerme?
No era tanto un problema de fe como uno de escucha. Podría haber ganado la mención de honor o prendídole fuego al perro, era la misma cosa que tratar de ganarme el afecto de las lámparas. Incluyendo ciertamente el hecho de que no podía tener perros y de que habría sido más fácil encender un fuego en Alaska que en esa casa.
A mí me habría gustado Alaska. Hay alces, osos y lobos. Lobos, como en Colmillo Blanco. Cómo deseaba ser un lobo... Si yo hubiera nacido lobo, nadie me habría encerrado en una casa. Hasta podría haberme comido a la iguana (No hay iguanas en Alaska, pero yo creo que podría comerla de todas maneras) y todos me respetarían.
Si usted decide tener hijos, recuerde, nunca, pero NUNCA, deje a un niño pequeño solo en una casa demasiado blanca, fría, grande y para colmo vacía. Los niños tienen cuerpos blandos y un poco porosos, casi como una esponja, y pueden helarse por dentro. Puede helarse su corazón o su cerebro, y usted puede acabar con un hijo insensible o idiota, o las dos a la vez. Tampoco compre iguanas para compensar lo anterior. No sólo es inútil, sino que las iguanas sienten un profundo asco hacia los niños pequeños. Esto es porque los niños no son verdes ni alargados ni tienen sangre fría, y las iguanas nunca, pero NUNCA cambian de opinión.
Me congelé. Mi sangre se convirtió en frappé y mis ojos en vidrio escarchado. Adquirí la capacidad de enfriar cualquier cosa, desde emociones hasta salones de baile. Mis capacidades intelectuales no se congelaron.
Caí sobre cada gota de calidez como el sediento murciélago vampiro sobre la dulce sangre del herido. La llanura antártica en plena América tropical, eso era mi piel, mi casa...
No crea usted que yo era un demonio. Ahora soy un demonio, en ese entonces era sólo un humano gélido, como Kai en "La Reina de las Nieves". Y contra toda suposición, era más feliz que cualquier hombre cálido... No amaba a nadie, no necesitaba el amor de nadie y tenía todo lo que alguna vez podría desear. Y me parecía más a un lobo que antes.
Lo único era que todos me odiaban. Es decir, me odiaban desde que nací, pero no tanto. No pensaba que eso fuera un inconveniente, sólo una consecuencia. Una consecuencia inútil en mi mundo de útil/inútil, agradable/desagradable.
Un día no tan invernal, hablé con alguien. Alguien en base antipática, con intenciones de matar a todos sus captores y tener un observatorio astronómico. A mí me parecía alguien muy agradable. Jamás le dio frío cuando yo hablaba.
Nunca sufren de fríos quienes miran las estrellas. Ni en mi casa. Ni en un cuarto estrecho con ventanas enrejadas. También yo empecé a mirar el cielo, cuando ella estaba de humor suficiente para pasarme su telescopio. Creo que nunca había visto el cielo nocturno antes. Demasiado fuego para grises iris de hielo. Luego lo seguí mirando, porque los cuerpos celestes están tan lejos que tendría que mirar años para que mi corazón se convirtiera en un charco. Ella me lo explicó.
A pesar de eso, hubo algo que cambió en mí, en materia de temperatura y otros aspectos. Un retroceso en mi propia glaciación. Y así menguara mis capacidades congeladoras y causara escozor en las arterias, no me quejé. Era casi positivo.
Pasé tanto tiempo leyendo estrellas, entregando y recibiendo diversos objetos entre barrotes decorados y escuchando planes de escape-homicidio múltiple, que olvidé hacerles la vida amarga a los otros de la casa. En especial a la viscosa iguana sin nombre. Era mi cometido molestarla, encerrarla, tratar de hacerla sopa exótica hasta que purgara todo lo que me hizo en mi infancia.
¿Por qué diablos no se murió ese animal? Es un reptil de selva húmeda tropical, habría debido necesitar calor diario para sobrevivir. Pero no, se las arreglaba para existir y fastidiar en uno de los ambientes más helados posibles en esta ciudad. ¡Debería haber muerto víctima de alguno de mis experimentos gastronómicos! Y ni siquiera eso... A veces me pregunto si realmente era una simple, escurridiza y odiosa iguana o había algo más en su naturaleza.
También estaban los otros humanos de la casa. Yo no les era útil y les habría encantado deshacerme de mí. Excúseme, no hablo con la necesaria precisión. Se morían de ganas de deshacerse de cualquiera que no fuese ellos mismos. O de partes suyas que no eran útiles. En síntesis, eran como yo completamente congelado, excepto por la hipocresía, la codicia, la soberbia y la idiotez. Después de tanto tiempo sigo sin saber que querían. ¿Dinero, salud, estabilidad, dolor ajeno? Lograban lo último, pero nunca vi (hasta el día que estaba por llegar) que lo disfrutaran de verdad. Completos imbéciles.
Al olvidar irresponsablemente mi misión hacia estas criaturas, eché a perder mi propio objetivo. Que el mundo me dejara en paz y en segundo lugar, que alguien me considerara un héroe. Eso era todo. Vana ilusión de todas maneras.
Los otros y la iguana habían hallado la manera de suspender hostilidades y aliarse para acabar conmigo. Bueno, me odiaban, algún día tendrían que hacerlo. Pero seguía siendo mi culpa por dejarlos. No podían herirme, asustarme, humillarme, aislarme, perturbarme ni ninguna otra cosa. Sin embargo, en el desorden de sus mentes (Muy probablemente en la de la iguana) surgió un método. Uno de esos métodos tan simples, baratos y efectivos que nadie haría una película sobre eso. Tan pero tan simple... Engañar a los vecinos, secuestrar una muchacha y aplicar un poco de la vieja violencia. ¿Qué podría salir mal?
Todo les habría salido mal, si yo no hubiera actuado como un tonto. Si yo hubiera vigilado sus pasos, si yo hubiera evitado sus reuniones, si yo le hubiera avisado, si yo hubiera ido a verla antes.
Si yo hubiera. Nadie sabe lo que habría pasado si yo hubiera hecho algo, pero pasase lo que pasase, tendría el consuelo de haberlo hecho.
No pensé nada cuando metí las llaves en la cerradura, cuando empujé la gran puerta metálica sin esperar más que silencio como recepción. Pensé algo cuando al caminar sobre la fría baldosa escuché algo sin precedentes. Mi nombre pronunciado en voz alta por la voz dulzona de una mujer adulta. Me inquieté cuando lo repitió. Me dieron escalofríos cuando otras voces también me llamaron. Corrí escaleras arriba, esquivando milagrosamente muebles y vidrieras. Sus voces provenían del salón del tercer piso, donde finalmente entré.
El salón del tercer piso no era blanco como el resto de la casa. Era rojo ladrillo y generalmente la única decoración era un colchón a cuadros tirado en el piso y una mesa ruñida. Y allí estaban todos, radiantes, con sus mejores trajes y sus mejores sonrisas, tan cariñosos que pensé que iba a vomitar. No intuí inmediatamente lo que tramaban, pero... era un asco.
Una mujer joven, de pelo corto a la moda que enmarcaba su rostro pecoso de ojos amarillos, mostró sus dientes relucientes y preguntó suavemente:
-¿Sabes qué hacemos aquí?
-No me digas, ¿Una obra benéfica?
-Podría decirse-Se rió como modelo de comercial- Llamemos a esto tu hora de independizarte de casa, hermanito.
No era normal la forma en que lo estaba diciendo. Esta vez iba en serio.
-Muéstrenme qué tienen atrás- Ordené señalando algo puesto sobre la mesa ruñida.
-Como tú desees.- Se rieron con sonoridad.
Casi pierdo el sentido cuando vi que era ella, y la forma en que la cogía mi hermana, como una muñeca de trapo muy grande.
-Párate sola- Y la empujó hacia adelante.
No me miró. Se quedó mirando el piso rojizo, mascullando algo. Le corría sangre por el rostro. Quedé... no existe una sola palabra en ningún idioma que pueda describir adecuadamente mi reacción. Era como si me hubieran dado una golpiza y como si a la vez me estuviera derritiendo.
Mi siguiente reacción fue ir hacia ella. Pero los dos hombres me cerraron el paso y me tiraron hacia la pared. Caí al suelo, débil, mientras vi que ella me dedicaba una larga mirada furibunda y Helena (Mi hermana) la llevaba atrás.
El pulcro y siempre bien vestido Lorenzo me encadenó mientras yo miraba mareado la actuación que fraguaba mi familia, los otros. La ataron a algo, una especie de cruz, aunque con más aspecto de antena de TV. Helena extendió en la mesa los múltiples instrumentos de tortura para luego decirme:
-Al comienzo pensamos que lo mejor sería tu muerte. Pero no sólo esto es más divertido, sino que nos asegura tener el camino libre de indeseables sin derramar la sangre de nuestro linaje-Soltó una risita siniestra- Disfruta.
Le escupí. Se rieron más.
Helena tomó una navaja especialmente afilada y comenzó la función.
No voy a describir la tortura. No es por miedo, por recato (que no tengo mucho) ni por asco. Es que es demasiado doloroso, demasiado inútil y demasiado innecesario. Sepa usted que hubo mucha sangre, muchos alaridos y muchas carcajadas. Si quiere saber más, hay toda una sección de películas gore que están esperándole en algún alquiladero o tienda de películas. Yo estaba semi inconsciente en algunos ratos, histérico en otros. Deseé la muerte con todas mis fuerzas.
Pero no morí. Ni siquiera me desmayé totalmente. Tampoco era capaz de hacer nada. Mi estado era completamente vergonzoso y tan hilarante para mis familiares que los impulsaba a ser más y más crueles.
Cuando cayó al suelo, tras haber sido cortadas las cuerdas que la ataban a la cruz, cuando no emitió ningún sonido tras el golpe de su caída, no pude más. Me ardían las entrañas como si fuera un volcán a punto de entrar en erupción.
Y... fuego. Lo único que logro recordar con precisión, el color de las llamas. No sé exactamente como me deshice de las cadenas, como pude levantarme y tomar las antorchas para acabar con sus repulsivas vidas. El caso es que lo hice, y en un breve periodo de tiempo sus caros y combustibles trajes ya estaban incendiándose. No sé si gritaron. No sé si pidieron ayuda o se revolcaron por el piso. Yo sólo quería verlos morir, quería ver la casa blanca inmaculada en cenizas oscuras. Quería morir ahí también, terminar con todo.
Entre el incendio y los cadáveres calcinados, me recosté en el piso. Estaba tan cansado... y el calor me adormilaba aún más. Me quedé dormido en el suelo por primera vez cálido... soñé con estrellas lejanas, con galaxias situadas en el otro horizonte del universo. Ya nada podría quemarme, mis manos ya no eran gélidas y nunca más...
Con una brisa suave y fresca, me desperté. Tardé un poco en darme cuenta de que no estaba en el más allá, si no en uno de los pocos trozos intactos de las ruinas que me rodeaban. Tal vez me habría alegrado, si el incendio hubiese ocurrido en otro tiempo... en otras circunstancias...
¡Y ella! Su cuerpo... ¿Dónde estaba su cuerpo? Pasé todo el día corriendo entre montones de ceniza, desenterrando miembros y muebles destruidos, tratando de no ser aplastado por escombros que caían. Lo busqué tanto como pude, sin tomarme un respiro. Pero ningún trozo de tela quemado era suyo, ningún cadáver tenía su rostro. Desistí cuando la luz naranja del crepúsculo se coló por el marco de la ventana, y supe que nunca volvería a verla...
Me alejé de las ruinas, sin más rumbo que el que decidiera el destino. Sólo me volví una vez hacia la casa, hacia las oscuras ruinas donde me pareció ver un escurridizo destello verde...
Y sin pensar en nada más, me encaminé hacia otra galaxia, otro mundo, otra calle, otro sitio con tierra y cielo, sin esperar más que silencio como austera recepción.








2 comentarios:

Liana dijo...

Exactamente eso: Una antifábula.
Apropiada para aquellos que vivímos en un cuento de hadas justo en el principio...

Ojalá Eternidad no fuera una epifanía y los principes azules no tuvieran que volverse sapos-

La luna llena hace estragos en mi cerebro...
Si tan sólo pudiera acordarme de ese lóbulo que controla la desición frente a la postura de los demás-

Liana dijo...

Ah, si. Lo olvidaba:
GOOOORE!