martes, febrero 26, 2008

Luces...

(Más gente psicótica.)

No podía quedarme en un solo punto. Empecé a discutir con mi relejo, que me lanzaba todo tipo de improperios desde la vidriera del balcón. La discusión había comenzado cuando él (mi reflejo) y yo tratábamos de aclarar como haríamos para continuar existiendo sin acabar en un manicomio, porque aún no he podido convencer a nadie de la inteligencia propia de lo que suele llamarse "reflejo humano".
Me cansé del molesto discursito de mi reflejo y lo callé de una vez abriendo la vidriera.
Salí al pequeño balcón y me sentí abrumado por ese infierno de luces y torres altísimas, de movimientos irreales que hicieron que me sintiera mareado. Me aferré a la fría baranda y me concentré en el vacío. Allí sólo había sombras, nada de luces, nada de música estridente. Tal vacío me resultaba muy parecido a la mirada de cierta persona cercana... A propósito, Ángela... ¿Iría a visitarme? Muy posiblemente. ¿Me llevaría hacia las luces o hacia el manicomio? No lo sabía, pero en todo caso no sería capaz de dejarme en paz.
Pensando en qué hacer me percaté del increíble atractivo que tenía ese espacio vacío. Le temo un poco a las alturas, pero el brillo de las luces se estaba volviendo insoportable. A pesar de todo, me pregunté:
-¿Bastarán trece pisos para matarme de una vez?
-Idiota, ¿Cómo no va a alcanzarte?- Me preguntó mi reflejo, que me estaba dando la espalda.
Entonces le dijo:-Obviamente, el trece es un número de mala suerte que causa que las cosas salgan al revés, por lo tanto, si me tiro, lo más probable es que quede vivo pero cuadrapléjico.
El cínico de mi reflejo respondió:-Lo que a mi me deprime es ser a imagen y semejanza de este miserable imbécil supersticioso.-Siguió dándome la espalda, por supuesto.
Pensé en subir hasta la azotea, pero debía subir sin ser visto por los vecinos, además no disponía de mucho tiempo antes de la llegada de Ángela. Me resigné a caer del piso # 13 y me dispuse a entregarme a la fría oscuridad que se extendía justo bajo el balcón.
Mientras estaba a punto de hacer esto, oí unos pasos lejanos. De repente las luces se apagaron.Di media vuelta. La oscuridad había invadido también el apartamento, y mi reflejo se perdió de vista. Me paralicé, no supe como reaccionar; así que decidí esperar a que aquel inesperado visitante revelara sus intenciones.
Una única luz se encendió. Mi reflejo regresó a la vidriera, mirándome aterrorizado. En ese momento recordé que tenía que preocuparme de el intruso. Miré hacia el interior del apartamento... y supe quién era, qué iba a hacer, y lo más importante, que ya no me quedaba nada por hacer.
Levantó hacia mí el objeto que traía en su mano. No cerré los ojos, quería ver lo que sucedería. Un único estruendo, no esperaba más. Mi reflejo recibió el golpe por la espalda, destruyéndose, reduciéndose a múltiples trozos de cristal que volaron hacia mí. Esa fue su muerte definitiva, su desaparición completa de la realidad.
Y ahora llegaba mi turno, más digno, pues sería de frente, con la mirada fija en el ejecutor. El dolor no dominó el momento, me sumergió en un sopor indefinible, que nunca podré explicar. Los sonidos se debilitaron lentamente, las luces se desvanecieron. Finalmente, la oscuridad se apoderó de mi cuerpo, de mi alma, y mis pies dejaron de tocar suelo. Mi cuerpo flotó, flotó hacia el vacío.
La consciencia que me quedaba se apagó como una vela solitaria, como la última luz entre una fría tempestad.




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